Photo: Barrancas Antique Market. Elvis' Drivers License.
Me despido de mayo con este artículo que escribí para el segundo número de la Revista Mono. Una propuesta de publicación monográfica que se lanzó en Caracas en febrero de 2011 con un número acerca de la libertad. Para esta segunda edición, cuyo tema central es el sexo, fui invitada por Mafer Maragall, editora de la sección de diseño y el resultado es el publicado aqui. Prometo traducirlo al inglés para un próximo post ;)*I'm waving May good-bye with this article I published in the second number of Revista Mono, an independent mono-graphic Venezuelan magazine launched back in February with an issue about Freedom. For this number, which theme was sex, I was invited for the editor of the design section: Mafer Maragall. This is the result. I promise to translate the article very soon, meanwhile all of you hispanohablantes, enjoy! ;)
Ese extraño deseo del objeto
Los necesitamos, los queremos, algunos llegamos a amarlos y no podemos imaginar cómo sería la vida sin ellos, nos hacen pasar horas frente a la computadora haciendo click, son sillas que no son para sentarse, click, zapatos que necesitamos para UNA sola ocasión, click, televisores que siempre pueden ser más grandes, click, 68% de personas compraron este artículo, click.
Ya no queremos simples objetos que nos sirvan para ciertos fines bastante concretos, queremos tecnología, queremos tamaño, queremos 100% algodón, HD y cuero de serpiente albina bebé. No nos importa el microchip y las horas de códigos que lo lograron, queremos que gracias a “un aparatito” en el instante que hayamos dejado de correr el Facebook completo se entere de cuantos kilómetros hicimos. Queremos objetos que nos definan: ser tipo Mac, ser el intenso de los lentes de pasta, ser la que no usa tacones. Queremos lo que significa una cartera Chanel, o una camioneta Toyota. Nuestro deseo se ha convertido en la meta, en el velero al final del camino, y al mismo tiempo en la culpa de tener o la frustración de no tener, esto siempre a juicio del facultativo o de la sociedad de consumo que acepte nuestra tarjeta de crédito. Lo más interesante de todo este desbordamiento consumista es que cada vez establecemos relaciones más complejas con nuestros objetos y que detrás de cada objeto hay cientos de diseñadores propiciando que esto suceda.
El diseño de una computadora, un sacacorchos, una libreta de bolsillo, un bowl de cerámica rojo o un teléfono inteligente (¡inteligente!), está cuidadosamente pensado para provocar que nuestro corazón se acelere, nuestras pupilas se dilaten, se despierte con uno que otro escalofrío nuestro más profundo deseo, se generen todas las justificaciones intelectuales necesarias y finalmente procedamos a consumar el acto de consumir. Si hay suerte a este acto único lo sucederá la compra obsesivo-compulsiva, la colección y la acumulación masiva de objetos-metas, objetos-definiciones, objetos-estatus.
Ahora bien, y este es el lado maravilloso de todo este asunto, es que aunque estamos inmersos en medio de una sociedad de consumo que a través del diseño intenta volvernos acumuladores profesionales, es esta misma sociedad y sus maneras, la que nos ha ido educando en la exigencia y nos ha convertido en personas capaces de apreciar la calidad de una pieza, la belleza de una curva en una lata de refresco, el arte de la combinación de colores, el potencial de un material, el poder de una determinada tecnología. Cualquiera que esté atento puede descubrir tendencias y si está lo suficientemente motivado, sabrá incluso generarlas.
En el mundo del diseño utilitario contemporáneo, cualquiera con una buena idea, cualquiera que presente una alternativa será apreciado en la medida en la que la suya sea la más original, la de mayor calidad o le apunte a un público específico. Como muestra basta ver el auge de miles de pequeñas pero maravillosas marcas personales que han surgido en todo el mundo, lo vemos en Etsy, Society6 y BigCartel. Son muchas las personas que aprendieron a jugar el juego y que poco a poco han ido modificando algunas reglas, haciéndolo más accesible, invitándonos a todos a ser parte de él, como espectadores, narradores, críticos, mecenas o convirtiéndonos nosotros mismos en los artífices de ese oscuro deseo del objeto.